Los vigilantes de seguridad deben aprender a defenderse y a trabajar en equipo.
La escasa unidad es el problema fundamental del sector
De todos los sectores del mundo del trabajo hay uno que cuenta con el grado más bajo de unidad entre sus miembros. La total ausencia de conciencia de clase ha convertido al gremio de la seguridad privada en el sector con el grado de vulnerabilidad más alto. Tanto es así que eso ha permitido una infinidad de abusos por parte del tejido empresarial y del público.
Los miembros de este sector suelen culpar a las empresas y clientes de las malas praxis y de la deriva actual hacia empresas Low Cost e intrusistas; pero en realidad esta coyuntura también se debe a la escasa capacidad de acción en la lucha de sus intereses de los mimos profesionales. Los vigilantes de seguridad no saben defenderse y no luchan por sus derechos; cargan desde hace décadas con falsos estereotipos vinculados a la violencia y no saben como decir a la sociedad que en realidad son víctimas del sistema: de empresas que los explotan y de clientes que los acosan y obligan a hacer funciones que no son propias a las de su profesión. No obstante, por primera vez en mucho tiempo el colectivo de vigilantes de seguridad se ha dado en huelga.
Es tan llamativo este acontecimiento que por fin la sociedad no solo ha descubierto que existían como profesionales, sino que además han averiguado que tenían problemas similares a los demás trabajadores. Podría decirse que gracias a los vigilantes de El Prat la sociedad en general habla de los problemas de la seguridad privada. Por otro lado también es la primera vez que los mismos vigilantes han averiguado que pueden unirse y así defenderse; han observado además que la unidad produce resultados palpables ya que a su cargo tienen recursos muy poderosos: el control de infraestructuras críticas, de zonas de confluencia, de sectores energéticos y económicos. Tanto es así que se ha catalogado los sucedido en el Prat como un problema de seguridad nacional en el que están interviniendo los entes públicos más importantes.
Pero lo mejor de todo es que se ha producido el efecto Prat: otros aeropuertos, metros y universidades, también han convocado huelgas. Hasta se habla de una huelga general. Ante estos hechos solo cabe desear que el efecto Prat se propague, que haga más ruido y que de una vez los vigilantes habilitados aprendan a unirse y a defenderse. Sería la situación ideal para este sector tan perjudicado desde hace décadas por la tiranía empresarial.
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