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miércoles, 6 de octubre de 2021

Marta Domínguez: de tenerlo todo a vigilante de seguridad en Palencia

 





Marta Domínguez: de tenerlo todo a vigilante de seguridad en Palencia


Marta trabaja ahora la vida de vigilante en la estación de RENFE de Palencia. Una atleta que lo tuvo todo y a la que el dopaje le ha salido muy caro. Quizás sea la principal enseñanza que nos deja su nombre

El 3 de noviembre Marta cumplirá 46 años y ya nada es como fue ni cómo pudo haber sido.

Marta trabaja en la pequeña estación de tren de Palencia de vigilante de seguridad. Se la reconoce perfectamente.

Todos los trabajos son igual de dignos, pero (qué quieren que les diga) hoy uno escribe desde la pena.

El tiempo ha pasado y Marta sigue estando muy delgada como cuando se cayó en el último obstáculo en los JJOO de Pekín a los 32 años y veíamos que la medalla olímpica se iba para no volver (qué lastima) y nos desahogamos presumiendo de sus manos manchadas de sangre o del orgullo de los vencedores morales.

Marta ahora lleva el pelo más corto que cuando competía con aquella cinta rosa y entre todos la convertimos en la princesa de España y la queríamos tanto que no nos importaba llorar por ella, blindar su fotografía en la calle 1 y escribir de los héroes humildes porque Marta parecía el reflejo de todos ellos.

Marta, en realidad, fue Dios: una atleta capaz de terminar a 2’55” el último mil en los 3.000 obstáculos lo que la preparaba para todo.

Y entonces volveríamos a Edmonton, a París, a Múnich, a Berlín…, sin miedo a recordar emociones que parecían tan sinceras.

Y volveríamos a esa mujer que era una parte tan valiosa de nuestra pasión por el atletismo hasta que su cinta rosa se nos cayó de las manos: la policía, los juzgados, descubrir que vivíamos engañados, cómo dolió eso.

Los años por suerte nos permitieron olvidar.

Hoy, Marta es un personaje del pasado alejado de nosotros como se alejan las vocaciones suicidas a medida que cumplimos años.

Hoy es uno más del día después que nunca hubiésemos imaginado para Marta Domínguez, habitante en el exilio, divorciada de su marido y de la gloria, madre de un niño de 10 años porque el tiempo pasa (y pasa muy rápido).

Marta hoy ya no tiene nada que ver con la mujer que parecía tenerlo todo en el deporte y hasta en la política y que hoy debería vivir de su nombre: todo iba encaminado a eso.

– No me extraña porque del aire no se vive – me han contestado ex compañeros suyos del atletismo al preguntarles si sabían de la nueva profesión de Marta Domínguez.

– De algo hay que vivir – coincidieron.

Y, para mí, ese es el mérito de Marta que opositó a la policía local y nacional y que no lo sacó y que hoy está ahí metida, dentro de ese uniforme de vigilante, porque posiblemente no queda otra: ella, que lo fue todo y que lo ha pagado, vaya si lo ha pagado.

Por suerte martes y jueves va a Venta de Baños a enseñar atletismo a lo chavales y quién sabe si todo lo que les enseña es producto del arrepentimiento.

Yo preferiría volver a aquella vez en la que ella misma me dijo que “preparar el cuerpo es como hacer una casa” y me contó que el día en el que vio a Fermín Cacho proclamarse campeón olímpico entonces pensó que ella, Marta Domínguez, también podría serlo. Tenía 17 años entonces.

Sinceramente, recordarla hoy es como volverse loco, marcharse al exilio, sacrificar lo que parecía perfecto, volver a preguntarse por qué, exponerse a que a uno le llamen y le digan con el máximo respeto a sus compañeros y compañeras de profesión:

– ¿Sabes que Marta está de vigilante de seguridad en la estación de tren de Palencia?

– Es un trabajo.

Pero al momento recuerdas que Marta lo tuvo todo, que fue un personaje en Palencia y en el resto de España, que todos sabíamos quién era Marta Domínguez.

Recuerdo aquella entrevista que le hizo Pedro J. Ramírez y que aquella noche se convirtió en ‘prime time’.

Y la calle que le hicieron en Palencia. Y el pabellón a su nombre. Y la estatua: la misma estatua que hoy está apartada a un lado en el campo de La Juventud.

Hoy, Marta ya no quiere hablar, pero uno se siente en el deber de contárselo a ustedes.

Contarlo hoy quizás sólo sea explicar que las trampas son muy peligrosas. A veces no pasa nada y nadie descubre nada pero otras pueden romper vidas como se la rompió a Marta Domínguez.

– No quiero que nadie sepa nada de mí – rebatía hoy.

Nada que ver con aquella mujer que Pepillo Alonso, su representante, siempre te la ponía al teléfono.

Y ella te recibía con una sonrisa gigantesca que hoy está metida en ese amargo álbum de los recuerdos. 


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