Si usted ve las series de televisión emitidas en España, tanto las propias como las extranjeras, es probable que pueda ver a un vegetariano, a un gay, a un inmigrante…pero nunca verá, tal y como afirma Pascual Serrano, a ninguno de los protagonistas volviendo del trabajo indignado porque su jefe no le paga las horas extras o porque ese mes lleva encadenados cinco contratos de dos días de duración. No existe en la televisión la clase trabajadora, y menos todavía el conflicto social de clase. Y si aparecen en televisión los obreros, los currantes, es, como bien apuntó Owen Jones en Chavs, y ha estudiado para el caso español Javier Pérez de Albéniz, para ser ridiculizados, y tildados de vagos e ignorantes.
En los medios de comunicación ocurre tres cuartas partes de lo mismo. En los de Derechas, bajo el famoso tótem neoliberal del “emprendedor”, o de la cultura del esfuerzo y tal, el obrero es presentado, en caso de salir, como un perdedor, y no digamos ya el parado, que no sabe “emprender” y que tiene que asumir la moderación salarial y la pérdida de derechos. Pero lo verdaderamente grave, lo dramático, es que en los medios que se dicen de Izquierdas, el obrero, el trabajador, no existe tampoco. Podemos ver reportajes titulados “Una eroteca vegana, feminista, transgenero y relacionada la diversidad relacional y corporal”, podemos ver incluso artículos de especistas, pero nunca veremos reportajes hablando de casos concretos de parados de más de cincuenta años, de trabajadores que no llegan a fin de mes, de personas concretas que no pueden salir de vacaciones ni asumir gastos extras, de personas que tienen que encadenar contratos temporales para salir adelante, de currelas y currantes en definitiva. Hagan ustedes la prueba. Y después piensen en la frase que Margaret Thatcher le comentó a Conor Burns en el sentido de que su mayor logro como Primera Ministra era “Tony Blair y el nuevo Laborismo”. Y el giro dado por la prensa supuestamente de izquierdas y la propia izquierda. No olvidemos en este sentido de que un adjetivo utilizado dentro de la propia izquierda cuando se quiere desacreditar a alguien es nada más y nada menos que “obrerista”. El gran triunfo de Thatcher, el gran logro del neoliberalismo, ha sido como acertadamente dice Daniel Bernabé en su magnífico “La trampa de la diversidad”, que la izquierda haya desterrado los propios conceptos de conflicto de clases y de clase social como ejes rectores de sus políticas. Algo que no ha hecho, por cierto, la élite capitalista, la gran burguesía, tremendamente consciente de que forman una clase en sí y para sí, y como dice Bernabé de “su papel histórico” y de que van arrasando, como dicen Buffet, en la lucha de clases por incomparecencia del contrario.
La gran trampa, el gran error de la izquierda, ha sido aceptar y no combatir ese dogma neoliberal de que “todos somos clase media”, y que acceder unos pocos juguetes tecnológicos te da acceso a la misma, y centrarse en conflictos de la diversidad pero sin un horizonte común. Y es que la clase media es una entelequia, una construcción falsa, y la clase obrera sigue existiendo y es más necesario que nunca un horizonte común. Siguen existiendo, aunque nadie les hable ni aparezcan ni en los medios ni en los discursos, la cajera de Alcampo, el trabajador que no llega a fin de mes, el parado de larga duración sin perspectivas de encontrar empleo, la trabajadora precaria de eso llamado “economía colaborativa”. Siguen existiendo aquellos que pierden el sueño para poder pagar la luz, aquellos que ni se plantean ir unos días de vacaciones a la playa, aquellos que lloran si se les estropea el coche porque no pueden hacer frente a ese gasto extra. Y además son mayoría. Y además, como en toda dinámica de fluidos, si la izquierda no habla a esta gente, si no ocupa su lugar natural, alguien ocupará ese hueco. Y luego vendrán los lamentos ante los Trump o Le Pen, las lágrimas de cocodrilo diría yo.
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